Escribe Jorge A Castillo

Se dice mucho que el tema de la poesía no es importante, que es más importante el tratamiento, el lenguaje, y que tener una voz propia es importante, marca la diferencia. Tal vez sea solo una vieja discusión sobre la forma y el fondo que, a su modo, Julio Cortázar en Rayuela (1963) zanjó. Los temas de la vieja poesía iqueña habían sido siempre un poco, por llamarlos así, “turísticos”, apelaban a la vieja campiña, a un lugar apacible y mágico, un lugar detenido en el tiempo, por momentos fantásticos, pero siempre, la voz que guiaba esa alocución era un yo poético nostálgico, humilde y algo triste. En décadas más recientes, esa voz se transformó en algo más incrédulo de esa belleza de antaño, en ese camino se volvió silente y ombliguista al principio y luego desencantada al final. La abrumaba lo que para los iqueños llamaríamos modernidad. La llamada “modernidad” no sería otra que los inmigrantes, sobre todo andinos, invadiendo sus espacios de típica iqueñidad. No es que no existieran, sino que a partir de los 90, gracias al boom agroindustrial, se multiplicaron e invadieron sus calles silentes y solariegas, y tomaron a sus chicos y a sus chicas y se reprodujeron como un virus. Ante la modernidad, respondieron con nostalgia. Añoraron el pasado que leyeron en las entrañas de la literatura iqueña. Así fue. Creo que el libro que hoy comentamos le pone un punto final a ese miedo [otro caso, más intelectualizado tal vez, es el libro de José de la Roca, Flores de plástico, que comentaremos en la próximo post].

Si perjurado, mejor (Paracaídas Ed., 2024) es el último libro de William Siguas, nacido cañetano por casualidad, pero iqueño de toda la vida, criado además en lugares llenos de literatura y tradición como Comatrana o Guadalupe, especialmente el último es un lugar con mucha tradición. Me atrevería a decir que todos los temas de Ica están en su libro, desde la parte más rural y campesina, sobre todo en la primera parte del libro, “Breve tratado sobre el desierto con alusión a una nueva ciudad”, hasta una suerte de ejercicio de neobarroquismo con coordenadas locales, en las secciones finales como “4 poemas sin retorno” o “La siega de las generaciones”. El aporte de este libro, tal como leo yo a la tradición iqueña, es un aporte valioso y consciente de su fuerza por ejemplo, en estos versos que cierran una sección final:
El maestro ha muerto
convicto y confeso son palabras
se asoman cuando lo recuerdas
y ven al fallecido
sin saber qué significan.
La poesía de Siguas apela a la memoria, al campo, al paso del tiempo, a la familia y las relaciones sociales que los mueven, al abandono, al fracaso último, ese que a veces es en el fondo una victoria, sus versos son observadores, a veces algo irónico y condescendiente. Si perjurado, mejor es un libro largo con poemas de distinto soporte y factura, ordenados en 5 partes, buscan darle una hondura a su propuesta. Los poemas donde a mi juicio desborda son los de la sección final, donde hay un juego lingüístico, rítmico, que se van imbricando con ideas que parecen del insconciente y de otro modo parece conectado a una fuerza subterránea, pero controlada. Es, de algún modo, un efecto que busca lograr en sus lectores y escapar del facilismo de la crónica sentimental. Esta reunión de poemas produce también un efecto distinto, pues no logramos hilvanar claramente esa reunión, esa diferencia produce desintegración, en vez que concentración. Lo que nos hace preguntar, ¿cuál es la mínima unidad bella de la poesía?: ¿El verso, la cuarteta, el poema, el poemario, la obra? Pienso que si la unidad mínima sería el libro, tal vez las primeras secciones serían solo un planteamiento previo, una preparación, para la avalancha verbal e imaginativa que viene después.
Tanto William Siguas como otros trajinados poetas de Ica, son inmigrantes de primera o segunda generación. No son iqueños natos, han tomado a Ica como la patria de su versos, porque en ninguno tampoco Ica deja de estar presente. Es un síntoma que ya había anotado César Panduro en la antología de poesía iqueña Todos somos el mismo cerro (Ed. Conde Plebeyo, 2024), somos sobre todo hijos del sur andino: Apurímac (Navale Quiroz, Lourdes Aparición), Ayacucho (Santos Morales, Helmut Jerí, José de la Roca). Las generaciones más novísimas (Liz Matta, Matías Loayza, Estrella Falconí, Claudio Cordero) Ica es menos un lugar presente y acaso más conflictivo.
La poesía estoy seguro seguirá. Habrá que inventarse un futuro, qué oscuros caminos nos depararán, pero siempre se agradece cuando alguien le pone un punto final a algo. Gracias, William. A propósito, aquí un breve intercambio de palabras a modo de entrevista.

– ¿Qué o quién es el sujeto (yo) poético de tus libros? Descríbelo en tus términos
– Diría yo que en la poesía el yo poético es uno mismo. Probablemente solo ocurre con la poesía, y es por eso que la poesía está precedida por una vivencia orgánica, algo que quizá no ocurra con la novela u otro género.
En mi primer libro, el yo poético es un romántico, pero también está el yo de la derrota, el yo poético es un derrotado. En el Perú todos desde que nacemos somos derrotados y vencidos, por no citar a Dostoievski (Humillados y ofendidos), en esa adversidad escribo. Es interesante que lo escrito se encuentre aún en una especie de pliegos recurrentes a los que suelo revisar el transcurrir del tiempo. Mi yo poético tiene muchos matices, sin embargo tiene la misión de ser una actitud vinculada a una sociedad inconforme.
– ¿Cómo fue la elaboración de este libro? ¿Es más la reunión de poemas que juntas, depuras y editas o forma parte de un proyecto conceptual? Cómo abordas un libro, qué te mueve a hacerlo.
– En sí, no es un libro, son varios libros de distintas épocas. En cada libro hay una unidad y todos fueron escritos en Ica, especificamente en Comatrana, excepto Ese crepúsculo, que es la última parte fue escrito en Lima. Abordo muchos temas, algunos sociales sin querer. Yo corrijo mucho. En este libro puedo decir que sí es un proyecto, pero no conceptual a la manera de la poesía concreta brasileña. Pese a que Haroldo de Campos es un poeta que me gusta mucho. En un país, o en mi terruño como Ica, donde los poetas suelen repetirse, he tratado de no hacerlo, quiero que mis libros no se parezcan, tener nuevos retos de escritura.
– Es notoria esa diferencia en el lenguaje de los distintos capítulos. En ese sentido, sí noto una ambición mayor, ¿crees que esa es una falta entre tus coetáneos? Lo interesante también de tu libro es que parte por un desencanto, incluso en el lenguaje mismo, incapaz de poder asir todo lo que le desborda. Los juegos lingüísticos también están presentes. ¿Cuál crees que es el lugar de la poesía iqueña en el Perú? ¿Qué ves en la poesía made in Ica?
– No sé si es una ambición, pero creo que ciertos moldes de la poesía han afectado. Esos moldes son varios y que no deberían hacer daño, al contrario. Mira, muchos piensan que los poetas modernistas van por el facilismo o por la rima. Pensar que Darío o Eguren hacían poesía facilista es un error. El lugar de toda poesía debería ser universal, y yendo a la narrativa, Carlos Eduardo Zavaleta escribía desde su lugar de pertenencia, pero universalizaba su prosa. Puede que suene optimista, yo siento que la poesía iqueña tiene un espacio, pero debería saber dónde es ese lugar. Yo veo en la poesía iqueña última, un atrevimiento mayor en muchos sentidos respecto a lo que se venía haciendo. Hay buenos poetas y me refiero a hombres y mujeres. Pareciera que hay nuevos vientos en Ica o vienen.

– ¿Crees que las condiciones sociales y políticas de la sociedad afecten un poema? Ica ha cambiado mucho en las últimas décadas, siendo más notoria esta última. ¿Llegamos tarde a abrir los ojos? Si Ica ha cambiado, ¿ha cambiado su poesía, su prosa? Cómo ves la relación entre poesía y sociedad.
– El poema es el resultado de las condiciones dadas por la sociedad. Estoy citando a Milán, las condiciones están dadas… en el caso de mi poesía no me arriesgo a escribir sobre algo que está fresco por así decirlo, prefiero esperar y reflexionar. No hemos llegado tarde pienso, sino que es otro síntoma. El primer poema moderno que se escribe en Ica –espero no equivocarme–, habla de un tren, o sea de una máquina y es de Zena Elías Surco en un libro de 1959. ¿Ese señor estaba adelantado o estaba atrasado en su poesía? Puede que las dos cosas. Pero es significativo este poema, para mí es un parteaguas entre lo moderno y el pasado de la poesía iqueña.
En Ica, la poesía es más saludable que la prosa, porque si se trata de repetir tópicos, es mejor no decir nada. Si el poeta revive el pasado, su actitud frente al presente debería ser una posición anárquica. Escribir poesía es ir contra lo establecido, me refiero contra el poder. La relación de poesía y sociedad es determinante en la escritura. Aquel que se desentienda es un emo o un vesánico.
– En tus poemas noto una revisión a temas como el paso del tiempo en relación a la familia, al movimiento, al envejecer, a hacer también un ajuste de cuentas en tono irónico y por momentos desenfadado. ¿Es un síntoma de madurez? Por otro lado, siento, como en los poemas de la última sección y en particular en el Poema de la guerra familiar donde hay un interés más de experimentación lingüística. ¿Cómo ves esta consciencia en el tratamiento de tus poemas? ¿Eres más de planear y organizar un poema o escribir al arrojo y luego corregir mucho?
– Mis temas son casi siempre los mismos, aunque es preciso decir que este tiene una influencia de la cultura latina, la griega y la neobarroca. El poema que tú mencionas es un poema de varios matices, los enumero:
1. Yo nunca había escrito un poema a Guadalupe pese a que he vivido siempre ahí, pero sí he escrito muchos cuentos donde la geografía siempre es Guadalupe. Entonces no sabía como afrontar el poema y fue con arrojo como dices, escritura automática, pero con consciencia en lo que me estaba metiendo, ya que es un poema largo.
2. Es largo como un camino, utilicé el recorrido desde la casa de mi abuela hasta su chacra que era un tramo largo, tome conciencia y recuerdos, y todo lo que ves en el poema es todo lo que he visto y sentido en ese camino hasta llegar.
Puedes darte cuenta entonces que escribo con arrojo y también planeo. Los recursos lingüísticos o rupturas son un neobarroco, pero también es la forma en que hablamos en el campo, con monosílabos, palabras mal habladas, arcaísmos, silencios, todo lo que hemos sido allí.
– Para finalizar, en el libro Todos somos el mismo cerro (Conde Plebeyo Ed., 2024), cuando te preguntan sobre la tradición poética en Ica, tu respuesta parece que está en una inquieta revisión de la tradición y tal vez buscando nuevas voces. Sé que estás trabajando en un ensayo sobre la poesía iqueña, ¿qué nos podrías contar de ello?
– Mi trabajo aborda el siglo XXI, o sea 25 años de poesía, he abarcado las 5 provincias de la región Ica. Estudio a mis contemporáneos y los que nos antecedieron, aquella generación del 2000, y también a los nuevos poetas nuevos. Algunos nombres han quedado afuera por diversos motivos, asimismo hay poetas que son muy viejos, pero que tienen libros publicados en este siglo que son interesantes y dignos de revisión. La tradición poética iqueña es rica, aunque muchas veces repetitiva, telúrica, regionalista; en ese sentido, hago un análisis de ella para medirla o ver qué es provechoso y si es posible abrir un camino. No pienso escribir más de poesía iqueña después de este trabajo. Si seguiré editando, publicando, apoyando, animando, publicando antologías, organizando encuentros, mi revista Grima seguirá dando espacio a la poesía iqueña. Eso es todo por ahora