Una anotación a propósito de la lectura de dos novelas iqueñas publicadas recientemente
Escribe Jorge A Castillo
Dos de las personas más influyentes de la literatura iqueña actualmente, acaban de publicar sendas novelas, casi en simultáneo: César Panduro y Leydy Loayza. Ambos tienen varios años en la escritura de libros, ambos han pasado por la poesía y la narrativa, han publicado constantemente y son, diríamos, compañeros generacionales. Ambos también son gestores culturales, el primero, César Panduro, es director de la Biblioteca Abraham Valdelomar de la Huacachina y organiza el exitoso Festival Poetas en la Arena, además de numerosos eventos durante el año, todos aquellos le dan un dinamismo y una alegría a la cultura en Ica, pocas veces vista en otras regiones de nuestro país. Además, es un reconocido profesor de literatura de distintos colegios emblemáticos de nuestra ciudad. Posee la editorial más notable y constante de Ica, Conde Plebeyo Editores, que se especializa en literatura regional, en particular el rescate de novelas olvidadas, tradiciones secretas o personajes notables del patíbulo iqueño, sin por ello olvidar los nuevos talentos jóvenes que ha publicado recientemente. Su catálogo es amplio y posee una mirada propia que a su vez dialoga inteligentemente con su tradición. No es poco el trabajo que realizan César, la Biblioteca y la Editorial. Es la cara más visible de la literatura en Ica, sin querer sonar frívolo sino todo lo contrario, es el influencer literario de Ica, sus seguidores en Facebook son más de 6 mil (la Biblioteca Abraham Valdelomar: +10K), sus opiniones y comentarios son atendidos y respetados en el mundo virtual iqueño. Por estadística sabemos que los iqueños prefieren la red social Facebook al Instagram, por ejemplo. Por si fuera poco, tienen un programa de televisión en ECO TV, y antes fue locutor radial. Es, de lejos, la persona que más mueve e influye el mundo literario en Ica. La otra persona es Leydy Loayza, fundadora y expresidenta de la Asociación Cultural el Conde de Lemos, que organiza la también exitosa FIL ICA, que tiene 7 ediciones consecutivas y ha sido reconocida por el Ministerio de Cultura. Ha sido periodista de diversos canales televisivos de reconocida influencia, conoce el quehacer periodístico local, aunque también ha tenido incursiones en el mundo radial limeño, por todo ello, fue electa presidenta de la Colegio de Periodistas de Ica. Tiene una columna dominical de opinión política nada menos que en el diario Correo. De profesión Comunicadora Social con experiencia en prensa, ha logrado dinamizar la cultura en Ica gracias a cierto renovado lenguaje cultural aplicado sobre todo a jóvenes y las nuevas generaciones de chicxs interesados en nuevas propuestas culturales. Leydy es la otra influencer literaria de Ica, diríamos la cara femenina más visible, cuenta con más de 7 mil seguidores en Facebook en una cuenta muy participativa. Su trabajo como gestora y lideresa cultural le ha proporcionado una notoriedad visible que la llevó a conseguir, en el 2023, el cargo de Regidora de la Municipalidad Provincial de Ica, su gestión en Ica no solo se restringe a lo literario, pues otros eventos culturales y turísticos han pasado bajo su tutela. Es, de lejos, la mujer que más mueve e influye en el mundo cultural de Ica.
Como ven, que ambos escritores, gestores e influencers más visibles de Ica, hayan publicado sus novelas con semanas de diferencia es un hecho inédito –sino inédito por lo menos muy raro. Esto amerita algunas reflexiones sobre estos libros y sobre una idea en común que los une: la nostalgia. Lo voy a decir de otro modo: la ausencia de imaginación. Pero de eso y todo ello, voy a explicar a continuación.
Antes, una aclaración, un disclaimer: ambos me son cercanos, amigos, tal vez más Leydy, pero tengo un trato amable y cordial con ambos. Pero, aclarando también, con César y otros literatos de esta ciudad, hemos tenido encontrones por diferencias literarias que en su momento fueron picantes, ahora se ha enfriado un poco. Con Leydy he trabajado en la gestión cultural y en desarrollar algunos de los proyectos más lindos que ha dado la ciudad. Hasta ahí la aclaración para algunos que piensan que porque uno es amigo no puede decir lo que piensa, pues como decía el filósofo Chespirito soy más amigo de Sócrates que de Platón.
No me detendré mucho en explicar los entretelones de las novelas a comentar (se ha hecho críticas detalladas a la novela de César aquí y a la novela de Leydy aquí) sino para hacer referencia a un hecho que comenté anteriormente, la idea que circulan en ambas novelas –aunque de modo diferente–, la nostalgia, en el modo en cómo opera en sus narrativas y cómo esta, lejos de ser una evocación creativa, se convierte en su sino. Una señal de una narrativa agotada, cansada y un signo de una época que no existe más.
Morir el cielo, de César Panduro, es su tercera novela, nos narra la historia de diversos personajes que transitan en la Ica de los 90. Los personajes nos cuentan, en primera persona, a modo de testimonios que se suceden, párrafo a párrafo, las aventuras de sus vidas y personalidades, sus vicios y manías, y de ese modo nos enteramos también de la ciudad de Ica que transcurre en esos años, sobre todo los inicios de los 90, la época en la que se instaló el fujimorismo en nuestro país. Entre sus personajes podemos encontrar a delincuentes avezados, policías corruptos, profesores ideologizados, prostitutas en redención, estudiantes dramáticos y así una serie de personajes en esa línea que van contando su historia llena de dramones novelescos que se van sucediendo uno tras otro, pues hay una trama (no tan) secreta que los une y se va develando en el curso de las páginas. Lo mejor es el inicio donde te enteras del testimonio del policía que a su vez te lleva a la historia del profesor aprista que a su vez te lleva a la historia de la prostituta cansada, y así. Este hilo que parece hilvanar la novela utiliza las últimas frases del último párrafo para conectar con el siguiente que, en ese mismo ritmo, te cuenta la siguiente historia. Esa parece ser la estructura de la novela. Estos personajes anodinos se mueven en una época marcada por la violencia, el desencanto, la pobreza y el fracaso. Las historias de estos personajes y sus dramas terminan cansando porque parece que no van a ninguna parte y no les pasa nada realmente interesante: se matan, se traicionan, se redimen, se aman, se odian, etcétera. ¿Y? ¿Es esa la intención del narrador Panduro? ¿Hacernos sentir un cansancio del sinsentido emulando los noventas? Tal vez sí. En cierto sentido lo logra, diríamos, pero qué sentido tiene hacerlo 30 años después. Los noventa y la narrativa de la violencia política ha sido recontra explotada. ¿Por qué hacerlo ahora?, ¿incluir a Ica en esa lectura?, ¿para?, ¿qué pasó en Ica de distinto en los 90 que no pasara de modo general en otros lados del país? ¿Qué pasa con Ica? César Panduro está enamorado de Ica y ha hecho de este, su tema literario. ¿Pero qué tiene para decirnos de la Ica de los 90 en el 2024? En cierto sentido, pienso que César Panduro es como un tradicionalista iqueño, a la manera de Juan Donaire Vizarreta, que a través de historias caseras y domésticas, te va contando la estampa de su pueblo y costumbres. Hay algo más: como en esos viejos tradicionalistas iqueños, hay un reclamo implícito a sus lectores, por el paso del tiempo, la pérdida de la fe y la identidad. En ese sentido, Panduro es un alumno educado, responsable. Por ejemplo, en el famoso libro Leyendas y tradiciones iqueñas (El Conde Plebeyo Ed., 2020), cuya primera parte se publicara en 1941, el tradicionalista Donaire va contando una leyenda iqueña que a su vez se la contó un anciano. Así funcionan los relatos orales, de los cuales se va formando una leyenda, una tradición. El libro es la reunión y oficialización ilustrada de ese relato, en ese sentido llevar un relato oral, que circula libremente de boca en boca, a un libro impreso, conlleva un acto de oficialidad ilustrada, es decir, que pasa del decir popular al libro impreso fijado por un autor, normalmente un ilustrado, que decide qué parte del relato popular toma e imprime. En ese gesto, de pasar del decir popular al libro impreso, hay un hecho casi pedagógico, de formación y disciplinamiento. Por eso, en las narraciones de Juan Donaire hay siempre reclamos y sermones porque “los jóvenes de ahora no entienden la verdad”, esto le decían a un Juan Donaire joven, veinteañero, en los años 40, reclamándole por su descuido y frivolidad. En esas leyendas y tradiciones hay un lamento amargo por el paso del tiempo y la novedad (frivolidad) de “la nueva época”. Es como que Donaire escribiera esas estampas para fijar una época porque no quiere una nueva. Algo así le pasa César Panduro. Eso se puede notar en los libros que ha venido publicando durante estos años, quiere fijar en nuestra mente iqueña, una época como él la ve, la siente. Y quiere fijarlo de un modo aleccionador y esa, tal vez, sea la peor parte de la nostalgia. No evocar para imaginar, sino para resguardarse (de eso, explicaré más tarde). Morir el cielo no es la excepción, es justamente eso, de un modo más complejo y articulado, la pretensión es esa: fijar los noventa iqueños en nuestra retina. Y los noventa son los años de la juventud del narrador. La juventud, nada menos, es la época de tránsito hacia la adultez, donde aprendemos cosas como “ser adultos”, enamorarnos, tener sexo, apasionarnos, ilusionarnos o, por el contrario, desilusionarnos con rapidez, amargarnos y entristecernos, con una intensidad única. Es la época más “emo” de todas. Es, como todo escritor sabe, la época más profusa de emociones, ideas, sentimientos, es el momento en que todas las cosas tienen una dimensión profunda e intensa que es muy útil en la literatura. De ahí que sea una literatura de iniciación, de aprendizaje, como decía, muy rica en recursos, en un ethos que rodea esos años. Pienso en Los detectives salvajes (Bolaño), El guardián entre el centeno (Salinger) o Sobre héroes y tumbas (Sábato). En cierto sentido, entiendo a Panduro, todos queremos escribir sobre aquella época, porque, otra vez, es una época muy rica, múltiple, sensual y contradictoria. La época que quiere contar son los noventas a través de diversas voces para recrear un tiempo mísero y desencantado. Es la peor época para ser jóvenes porque no hay futuro, hay desaliento, pobreza, miseria, violencia y represión. Eso no es una novedad, es más o menos un consenso que la década de los 90 han sido una mierda para ser joven, muchos emigraron fuera del país y otros tuvieron que bajar la cabeza, crecer rápido, madurar y ponerse a trabajar, como mandaba el imperativo político social de aquellos años. De alguna manera, se debía matar la juventud. El país debía de salir de “la crisis”. Otra de sus crisis. Panduro quiere fijar esa época en su rol de tradicionalista iqueño. No tiene de otra, por otra parte, porque es su época. No opta por la vía fácil, admitámoslo, porque busca crear a un relato coral de una época vacía, dotándoles a sus personajes, en muchos casos lúmpenes, de un lenguaje coloquial y popular, que pocas veces consigue o que quedan a veces en la ingenuidad. El aleccionamiento está disfrazado de reflexiones sobre distintos temas como política, música, sociedad, amor, entre otros, a través del testimonio de sus personajes. En realidad, no he encontrado reflexiones interesantes sino sentidos comunes aplicado a cierto criterio de verdad moral. Los encuentro retóricos y nada deslumbrantes. Lo peor es el tono aleccionador que tiene, con cierto tono paternalista del quien sabe, del que ha leído, del que conoce, todos aquellos refritos que a estas alturas del planeta y la IA ya no impresionan mucho. Pero finalmente, los críticos no podemos pedirle cosas al libro que el escritor no quiere escribir. Obvio, es su derecho, hay que partir desde su propuesta y entender el sentido de su escritura. Escribir sobre la ciudad de tu infancia es un bello gesto, es un tributo al lugar que te hizo el ser que eres, propone un diálogo entre la memoria e imaginación; un tema potente que la nostalgia normalmente restringe.
Hijas de su madre, de Leydy Loayza, es la novela que cierra la trilogía que Leydy se propuso hace años iniciar. La constancia de Leydy para escribir y publicar es notable, con intervalos breves, sus novelas han llegado una tras otra. En las novelas que forman esta trilogía hay algunas constantes: la violencia, la corrupción, el empoderamiento y la liberación sexual femenina, esto último encarnada en la protagonista de estas novelas, Alma Gonzales. En la primera novela, la violencia está llevada por el tráfico del agua (un problema recurrente en Ica), en la segunda por un feminicidio, y en la tercera, por la trata de personas. Podríamos inscribir estas novelas dentro del género policial, pues comparten las características del mismo: policías y delincuentes, misterios que resolver, sucesión rápida de sucesos que agilizan la narrativa a modo del thriller, héroes involuntarios y mucha acción. En Hijas de su madre, vemos a Alma involucrarse en la trata de chicas adolescentes que son secuestradas y explotadas sexualmente por una mafia poderosa que incluyen políticos, policías, narcos y delincuentes. Alma es la heroína que las salva, aunque realmente no tiene mucho que ofrecer. ¿Cómo la salva? Pues un recurso –debemos decirlo así—bastante utilizado y maniqueo: infiltrándose en las filas de la mafia para que, en el último minuto, gracias a sus dotes de femme fatale, salga bien librada, heroína y guapa hasta el final. Nunca le falta suerte a Alma, siempre gana. Qué linda. Leydy parece apropiarse del lenguaje audiovisual para darle dinamismo a su novela, pero que es una mezcla de las series más convencionales y facilistas del streaming, tipo Netflix, que toma como transfondo para darle ese ritmo, es una mezcla de la tercera temporada de Narcos y La patrona del mal con un poco de Pasión de gavilanes. La pluma de Leydy tiene una virtud frente a sus contemporáneos: teme menos hacer literatura que dar rienda a sus impulsos sensibles, es la escritora que más explícitamente se ha referido al sexo, su lenguaje es desinhibido, libre. Eso se agradece. Hace falta que en Ica las cosas se llamen por su nombre. En Alma el sexo no llega a ser incómodo, sino libre y su lenguaje es útil para expresarlo, parece disfrutar de su cuerpo y utilizarlo a su favor. Pero llega hasta ahí, utiliza su femineidad y juega con el deseo no para reivindicar su género sino para darnos muestras de su feminismo Sex and The City, frívolo y burgués, que atrae y destruye a buenos y malos a la vez. Un dato: el lenguaje erótico es más explícito cuando se trata de una relación heterosexual (mujer-hombre) que cuando se trata de una relación homosexual (mujer-mujer), cuando Alma tiene un encuentro lésbico las menciones sexuales son más difusas y apela a sensaciones. ¿Por qué? Pienso que es solo un recurso que Leydy explota en su personaje para darle esa sensación de liberación sexual, no porque Alma sea realmente bisexual. Por otro lado, Alma tiene una relación con su admirado Marcelo (cronista, poeta, artista eximio, bohemio, maldito, visionario: todo el paquete), que es una relación tóxica y tan machista que se vuelve insufrible por lo patética. Todo es tan un novelón dramático. Entre capítulo y capítulo, la bella y pobre Alma, recorre las principales capitales europeas para desestresarse y pensar en su destino uh, difícil. No entendemos eso, de pasarse de un capítulo, de infiltrarse en una red de prostitución para que, al siguiente capítulo, esté disfrutando en otro tiempo de un excelente vino en una taberna parisina. Hago notar esto último porque las resoluciones de los conflictos internos no se resuelven sino viajando por el mundo. He notado un conflicto interno del libro: durante muchos momentos del libro, Alma tiene reflexiones internas, a modo de monólogos, donde se pregunta por la vorágine de su vida y del porqué se mete donde se mete, en todas aquellas reflexiones hay algo que oculta (muy íntima, secretamente) es la relación con su familia, ella parece decirse que hace todas esas aventuras policiales para evitar afrontar la tóxica relación con su familia. Y creo que ese, y no las aventurillas de Alma, deberían ser el fondo de sus búsquedas.
Ambas novelas, la de César Panduro y la de Leydy Loayza, comparten varias características: sus personajes principales son iqueños, tienen un modo de ver y sentir la ciudad, es palpable, en sus novelas hay dramas, romances imposibles, violencia delincuencial, traiciones, robos y una serie de microdramas que les sucede en la vida. Si todos esos sucesos, en su trama y desarrollo, formaran una figura gráfica sería, en la novela de César, una espiral introspectiva descendente, y la figura de la novela de Leydy sería una espiral extrovertida ascendente. Mientras que la narrativa de César es más reflexiva, en Leydy es más activa, mientras que en César hay un regodeo de detalles y microrreflexiones, en Leydy hace avanzar la acción y procura mantener atengo al lector gracias a su prosa ágil y un poco fácil. El narrador de César hace hablar a sus personajes y desde ahí reconstruyes su contexto, en cambio el narrador de Leydy es omnisciente. Son estilos distintos, claro está, pero en ambos, que son estilos distintos con personajes que comparten identidad y contexto, la solución de su narrativa es la nostalgia. El añoramiento de un pasado (espacio/tiempo) donde todo era un lugar común, seguro, reconocido y reconocible. Un pasado mejor.
¿R e a l m e n t e era mejor?
“Se supone que la nostalgia es un deseo de volver al hogar. Esta idea particular del hogar quizás no se defina tanto en términos de lugar, sino en términos de ingreso a un espacio soñado que nos transporta mágicamente a otro tiempo. Ese tiempo es un momento en el pasado en que las cosas parecían ser más familiares, un tiempo que merecía ser recordado y reconocido de manera distinta. Un momento en el que las cosas eran, en un sentido básico, “mejores” que el momento actual. La nostalgia entonces es también un juicio sobre el presente y representa un prejuicio contra el mismo, un momento pasajero de distanciamiento temporal con base en la añoranza de algo que simplemente ya no existe objetivamente, pero que de alguna manera soñamos recuperar de manera subjetiva”. (Pank y revolución, Shane Greene, ed. Pesopluma, pp. 247)
La nostalgia es evidente en la novela, y en general en su trabajo, de César Panduro. No solo vuelve a recrearnos la Ica de su juventud, como vimos en párrafos arriba, sino todo diálogo parece estar teñido de un matiz bastante conservador, aunque muchos de sus personajes sean lúmpenes, al final siempre buscan una familia, un hogar, apartarse de los vicios, cambiar para insertarse en una sociedad moral del bien, hay una constante enseñanza de parte de los protagonistas mayores, que no entienden el cambio de época. Los personajes jóvenes, cuando se enamoran perdidamente como el universitario sanluisano, lo resuelven como los viejitos de otra época, escribiendo poemas tristes y dulces, refugiándose en el hoyo de sus patéticas vidas. Ningún personaje imagina otro destino posible. La falta de imaginación es una causa de la nostalgia. En el caso de la novela de Leydy, la nostalgia es menos explícita pero produce el mismo efecto: volver a un pasado común, donde los buenos están por un lado y los malos por otro. Su trama plantea una lucha de buenos (pocos) versus malos (muchos) donde, para variar, vence el bien. Alma buena termina bien, sicarios malos terminan mal. Ese esquematismo es un lugar seguro. Otra: Ese volver constante a su viejo amor es una forma de paternalismo conservador, es decir la de la joven que se refugia para “aprender” del viejo sabio, eso es también un lugar seguro. La nostalgia de un patriarcado, una sensibilidad pre feminista, pre liberación femenina. En otra mirada de la novela, que podría verse como feminista, por ejemplo, Alma es una mujer empoderada que gracias a sus habilidades y talento se infiltra a una red de prostitución, para liberar a chicas secuestradas y tratadas como objetos sexuales, podría verse como un gesto feminista, pero no, porque aquello parece parte de la aventura de nuestra heroína, no hay contextos más allá de los datos policiales y propios del thriller. El feminismo es una corriente del pensamiento que ataca la estructura de un problema social y complejo. Si la literatura en algún punto tiene que servir para abrir bien los ojos a la realidad, puesto que el problema que persigue Alma es un problema real en la sociedad, no conocemos más allá de la coyuntura del parte policial narrado como reportaje periodístico. La profundidad está reflejada en lo sentimental, no lo estructural. Está en el acentuamiento de los rasgos de las niñas abusadas, en la dureza de su rostro o en la nula expresividad de sus gestos, es decir apela a conmovernos desde lo sentimental que, además de muy subjetivo, es un lugar seguro de enunciación. Una nostalgia por los buenos deseos, los buenos sentimientos.
Este fenómeno iqueño de la nostalgia no es exclusivo de la literatura, aplica a otros campos artísticos y sociales. Además de ser una señal del conservadurismo que nos rodea, en Ica hay una máquina de producción de nostalgia. Inicié este artículo relatando las actividades de los dos protagonistas de esta nota, César y Leydy, enumerando su trabajo no por un hecho gratuito, sino porque aquello forma, hace, produce y permite el desarrollo de la maquinaria de producción de nostalgia. La editorial, la educación, la prensa, el dinero, el poder, la política de la literatura y cultura iqueña está en buena parte en manos de César y Leydy. Quiero decir que los medios de producción de literatura iqueña están enunciados desde ahí, desde la nostalgia, en dos de las personas más influyentes de nuestra ciudad. Me parece, incluso, por la salud creativa de Ica, debemos criticar duramente.